Un sueño breve

Soñé a una amante muerta: un guepardo que custodiaba el rígido cadáver. Su rostro era la sombra de la muerte, no la muerte, de la cual vemos solo un vestigio débil y ominoso. Era en un claro lleno de hierbas luminosas que el sol estremecía. (Yo ignoraba lo tierno que es el reino de la muerte). No entretuve la idea de acercarme. La tristeza que sus trémulos ojos expresaban era la de una flor en el invierno. No me acerqué. No lamenté siquiera que aquella carne que hallé adorable un día se volviera un hongo negro de la tierra. Tan sólo contemplé aquel escenario. Y el lóbrego guepardo se dormía.