Un sueño cualquiera
Un árbol era mi sueño
la noche que te soñaba,
y las floridas estrellas
su hojarasca milenaria.
—¿Y qué es un sueño?—, dijiste.
—¿Y qué es soñar?—, preguntabas.
Mientras, la copa del árbol
y el cielo se entrelazaban.
Fuiste esa noche, soberbia
de soledad y de escarcha,
como la sombra que turba
el centro de una esmeralda.
Apenas recuerdo el auge
que quiso emprender el alba
cuando, al fin, abrí los ojos
(el árbol se marchitaba…).
Y yo te dije mi sueño.
Y tú no dijiste nada.
Y solo quebró el silencio
el crepitar de una rama.
Un soneto
Eras como la aurora, penumbra y mediodía.
La aurora nos enseña que siempre es necesaria
la muerte, con su noche profunda y milenaria,
para el que está soñando con ver la luz del día.
Yo siempre he sido tuyo, tú siempre has sido mía;
desde antes que la mano incólume y precaria
de un dios crepuscular le diera a mi embrionaria
esencia alguna forma, tu sangre en mí ya ardía.
Mil muertes es el alma, mil muertes ominosas
para alumbrar apenas la faz de nuestras vidas,
para olvidar a un hombre, para olvidar un día.
Pero la aurora alumbra las más oscuras cosas
en este nuevo mundo de estrellas ya vencidas,
y hasta a una mosca nutre la flor en su agonía…!