— Nunca te voy a olvidar,
pronunció la blanca luna.
Conversaban con el mar
de su amor y su fortuna.
Con el pasar de las olas
el mar se perdió en el mar.
La luna, triste, fue a hablar
con las campos de amapolas.
— ¿Dónde fue el mar, amapolas?,
pronunciaba apenas. ¡Pobre…!
Así conversaban sobre
cómo era sentirse solas.
— Nunca lo voy a olvidar,
dijo la luna otra vez,
y volvió llorando al mar,
nadie sabe bien por qué.
Hay quienes dicen acaso
que por eso está tan lejos,
que fue buscando el ocaso
(esto lo cuentan los viejos).
Que así del mar las espumas
fueron nacidas, del llanto
que dio a la luna quebranto
entre las lóbregas brumas.
Pero yo la he visto a veces
hablar en tonos hermosos.
— Está hablando con los peces,
dicen algunos dudosos.
La he visto hablar en la bruma
y sé que no habla a las olas,
ni a las suaves caracolas
que lame y besa la espuma.
— Te busqué en los campos —dice—,
pues te perdí con las olas.
Te soñé en las amapolas
y en las espigas te quise.
— Nunca me fui, luna triste
—dice alumbrado de estrellas—,
y nunca vos me perdiste
ni con las olas ni en ellas.
Aunque en el plácido abismo
de mi universo las olas
me esfumen, yo soy el mismo.
Y así conversan a solas...