Bajo una luna de cobre
nos encontramos ayer.
Tristes, hablábamos sobre
cosas que no pueden ser.
Cada palabra de arena
se nos iba con el viento.
La luna grave y ajena
pesaba en mi pensamiento.
Fui diplomático; fuiste
cordial; dijimos las cosas.
Algunas eran dudosas;
no obstante, todo era triste.
El crepitar de las hojas
me recordaba una vida
que fue en tus manos perdida,
libre de sed y congojas.
Cuando dijimos adiós
bajo la luna sombría,
sentí lo que sintió Dios
la noche del primer día.
Poco pesó en tu mirada
lo que callé y lo que dije.
Yo sé que nada te aflige,
y que eso es no sentir nada.
En el fondo, tu destino
(acaso así lo quisiste)
más que malvado fue triste,
pero en malvado devino.
Mientras te miro partir,
pienso que, en el primer día,
cuando la luz florecía,
ya había empezado a morir.