Nadie mira, nadie mira.
Sin embargo todos saben.
El crepitar de las hojas
la delató entre los sauces.
Llueve, y nadie dice nada.
Sólo los claros amantes
brotan por entre las hojas,
florecen por todo el aire.
Y pensar que te veía
corriendo bajo la calle…
Entrábamos a la escuela
mojados como animales:
¡pensar que yo te miraba
rogando que me mirases…!
Pero no miras, amor.
Pero nunca me miraste.
Porque nadie, nadie mira.
Sin embargo, todos saben.