En el jardín oscuro de los sueños
dos luces, aunque tenues, verdaderas
obnubilaron mis sentidos muertos
y de algún modo los vivificaron.
Sentí en mi carne el pulso de la luna;
la tumba donde ayer estaba ciego
me propagó un agudo escalofrío
de estrellas y de inviernos.
Recuerdo esos dos ojos crueles;
sé que una voz eterna acompañaba
su paso por la noche inescrutable,
y sé que habló de sombras y de amores
llenándome de lágrimas y umbrías.
Y en este mundo largo y sin aurora
mis lágrimas de niño
eran un agua plácida y serena.
El mundo estaba siendo propalado,
y al ritmo de las tiernas alboradas
vi que el amor es sabio y es eterno.