Ingreso al Instituto Yapeyú con S a mi lado. El director del instituto es un viejo sabio; su larga barba blanca acaricia su pecho. Tengo un ataque al corazón y me desplomo desmayado.

Despierto en los aposentos de una alta torre blanca con un techo cónico de tejas. La torre está ubicada en una pradera vastísima y despoblada, sin árboles ni criaturas. El viejo está sentado a mi lado y me observa. Me explica que tengo un severo problema cardíaco, que la mayor expectativa es llegar a los veinticinco años y el panorama realista que muera al cabo de tres meses. Una profunda tristeza se gesta en mi interior. ¿Dónde está S?, pregunto confundido.

Ahora S y yo caminamos por la pradera, a pocos metros de la torre. Ella no sabe de mi condición; cuando le digo que en tres meses estaré muerto se sorprende, pero no se angustia. Le digo que no me casaré con ella ni seré el padre de sus hijos, como habíamos planeado. Siento un golpe seco en el interior de mi pecho y caigo arrodillado con las manos en la tierra, apenas sosteniéndome. Me quejo ante ella: ¿Lo ves? Yo era joven y fuerte y ahora me he vuelto viejo y débil, ni siquiera puedo sostenerme. Siento que la muerte está cerca. S me mira y no sé decir la emoción que sus ojos expresan. Me da a entender que de todos modos volverá a Pensilvania en agosto. La herida se abre en mi alma como una grieta en la arenisca.

La escena se interrumpe. S y yo estamos acostados en los aposentos de la torre. Le digo que aprecio haber vivido enfocado siempre en el tiempo presente, porque ahora mis planes futuros no significaban nada. Le pido que me recuerde de ese modo. De repente me percato de que hablamos sin barbijo, y que si ella contrajera COVID y muriera no habría nadie en este mundo que me recordara. El pensamiento me abruma de tiempo y de tristeza.

La escena se interrumpe; sigo en los aposentos de la torre, pero S ya no está. Sólo el anciano espera sentado junto a mí en un sillón. Todo a mi alrededor se vuelve borroso e indefinido y sé que muero. Cerca de mi último aliento extiendo mi mano buscando la de S. La toma, en su lugar, el anciano, en actitud piadosa. Entonces muero con infinita tristeza.