Es un agravio a la materia del sueño pretender perpetuarla en un símbolo o una página. Los sueños no deben ser dichos, o acaso nunca son dichos; simplemente son, de un modo del todo ilusorio y perfecto. Es ocioso decir que lo mismo sucede con la realidad, que la palabra noche invoca la noche pero no es ella, que la literatura es una forma de conjuración y que la realidad asemeja al sueño o es una forma del sueño. Recuerdo, por ejemplo, la descripción de Wordsworth de un campo de narcisos,

Continuous as the stars that shine

and twinkle on the milky way,
they stretched in never-ending line
along the margin of a bay:
ten thousand saw I at a glance,
tossing their heads in sprightly dance.

Los primeros cuatro versos son accesorios y mecánicos. Pero en el quinto el autor nos confiesa, velada o pudorosamente, que toda esa descripción es en realidad una artilugio, que la imagen que pretende describir fue innúmera e inmediata (ten thousand at a glance), que hay una diferencia entre las inmediatas flores y la forma descompuesta que la estrofa procura trazar. Sólo en ese verso creemos ver o sentir el campo de narcisos. En ese verso está la poesía: los demás existen para justificarlo. 

Schopenhauer enseñó que la realidad, no la literatura, es ya una conjuración; que la luna no es una esfera celeste sino el contacto entre unos ojos y algo que se figura como una esfera celeste. La neurociencia, a mi entender, enseña lo mismo. Los precursores de esta doctrina son, entre otros, los Vedas y Calderón de la Barca, que Schopenhauer había leído y que la ciencia acaso desconoce. Creo que puede decirse entonces que toda literatura corresponde al género fantástico, que el realismo es infructuoso y muerde su propia cola. La palabra es una evocación: la reproducción es imposible e incluso si no lo fuera nos es inaccesible aquello que se querría reproducir.

Podría decirse que esta tesis es demasiado arrogante, que el realismo no es un error o es un bienvenido error si ha dado a Stendhal o a Dostoievski. Pero el punto es precisamente que ellos corresponden al género fantástico tanto como Beckford o Poe; que la mundana frase el sol se pone en el oriente es ya una especie de magia y que todo lo que ha sido escrito se asemeja a la vida como lo hacen el sueño o la memoria.