Quisiera ser como un loto y florecer preciosamente, y conocer lo que hay en mí de la gracia divina. (Pero a cada paso das con una sombra.) Quisiera una rara especie de iluminación, alguna forma de volverme verdaderamente bueno, alguna manera de ser gobernada por la compasión y el amor. (Pero en tu pensamiento pesan cosas que juzgaste del sueño o del olvido.) Quisiera aceptarlo todo, como una flor acepta ser mecida por el viento, y siempre ver el rostro permanente de las cosas, no su máscara salvaje. (Pero en el abrirse y el cerrarse de una puerta sólo ves a un hombre que se aleja, sólo escuchas el eco de unos pasos.) Quisiera ser un hombre simple que ama a los hombres simples. (Pero al más pobre y al más rico por igual miras bajo la luz de tu crepúsculo.) Quisiera despedirme de una joven que, en la febril infancia de una vida lamentable, renunció a toda abnegación y a toda pausa, temió que el tiempo pudiera detenerse y a los crueles espejos y al amor, y evadió el sueño y la pureza, la culpa y el ocaso y la agridulce esencia de la vida. (Pero sigues esperando que esté viva, que aparezca a la vuelta de la esquina, y finges que su muerte ha sido un sueño.)