Tras el brutal reinado de Leopoldo II, el estado belga continuó la ocupación y el control colonial sobre la actual República Democrática del Congo. Poco antes de la independencia congolesa, alcanzada en 1960, los colonizadores se preocupaban cada vez más por los así llamados méti, palabra francesa para mestizo. La preocupación no era nueva: en 1913, Joseph Pholien, quien luego sería primer ministro, decía:

Apartados de la raza blanca y desdeñando el contacto con la raza nativa, los mestizos serán llevados a agruparse y formar una clase ambiciosa y amargada, hostil a los europeos, a quienes consideran extranjeros de paso. Si llegan a ser lo suficientemente numerosos y poderosos, se verán alentados a fomentar revueltas que ellos mismos liderarán, conscientes de que solo ellos forman la clase alta nacional.

También decía:

Salvo excepciones, los mestizos son, por lo tanto, elementos poco morales y, por lo tanto, deben ser temidos. Los mestizos constituyen por tanto un elemento que puede volverse peligroso muy rápidamente y es importante tratar de reducir su número.

Los méti amenazaban la narrativa del supremacismo blanco que justificaba la brutalidad colonial. La solución hallada en la década del 50' fue simple y, siguiendo el estilo belga, absolutamente cruel: se segregó sistemáticamente a los niños méti desde su temprana infancia, separándolos de sus madres y arrojándolos a misiones católicas, algunas en el Congo y otras en Bélgica. Las condiciones en estas misiones católicas eran paupérrimas: las monjas jugaban un papel de custodio colonial y los méti eran tratados como sujetos de tercera clase. Sus nombres, así como la fecha y lugar de sus nacimientos, fueron alterados, haciendo virtualmente imposible que estas personas pudieran rastrear sus verdaderos orígenes. Se estima que unos 20.000 niños fueron así privados de su identidad y arrojados a una vida de discriminación.

En 2019, el parlamento belga reconoció oficialmente los secuestros y emitió una resolución comprometiéndose a investigar los crímenes. La resolución reconoció que los niños fueron sometidos a "targeted segregation", pero no ofreció reparación alguna a las víctimas, que ahora son hombres y mujeres bien entrados en la adultez.

En 2020, cinco mujeres méti de más de setenta años acusaron al estado Belga por sus abducciones. En 2021 hubo un fallo desfavorable, bajo el argumento pseudo-razonable (como es usual) de que "que los actos fueran inaceptables no significaba que fueran crímenes de lesa humanidad". Pero la cámara de apelaciones de Bruselas, hace dos días, declaró al estado belga culpable precisamente de dichos crímenes, y ordenó una reparación económica para las víctimas.

Es esperable que más métis busquen justicia ahora que se ha establecido este precdente. Una cobertura más completa de la historia de este desastre puede verse acá o acá.