Cuando se pretende estudiar evolutivamente el comportamiento, es importante distinguir adecuadamente la psicología evolutiva de la así llamada behavioral genetics. La primera estudia la divergencia conductutal entre individuos con genes comunes y ambientes variables; la segunda estudia la divergencia conductual entre individuos con un ambiente común y genes variables. La vara está muy baja cuando insistimos en que esta simple distinción deba hacerse claramente, pero rara vez es hecha. En general, cuanto más definitivo es el rasgo del comportamiento que se desea explicar darwinianamente, menos claridad hay respecto de esta distinción elemental. La cosa es aún peor cuando se descubre que el concepto más elemental de ambos enfoques, la heradibilidad, está lleno de oscuridades.
La heredabilidad es tomada como característica absoluta de un fenotipo, pero es todo lo contrario. Al ser el ratio entre variación fenotípica y variación genética, dentro de una población específica, es un concepto estrictamente relativo. Si toda la variación en un rasgo fenotípico es consecuencia de la variación genética, entonces el rasgo es completamente explicado por la heredabilidad.
De lo anterior se sigue que la heredabilidad es informativa sólo en relación a la variabilidad del fenotipo en la población. Por ejemplo, la heredabilidad de rasgos como "tener dos ojos" o "tener una boca" es virtualmente cero, dado que la variación genotípica y fenotípica para dichos rasgos es aproximadamente nula. Debería ser claro entonces que heredabilidad y transmisibilidad son dos conceptos distintos: la posesión de un par de ojos no es heredable, en el sentido estricto, y esto no quiere decir que no sea transmisible de padres a hijos (sucede todo lo contrario). En cierto modo, la heredabilidad satisface el criterio de Shannon, según el cual los eventos inesperados son los informativos.
Por último, los mecanismos en virtud de los cuales la variación genética ocasiona variaciones en el comportamiento son oscuros. Los genes codifican proteínas y las proteínas son catalizadores de reacciones químicas. El comportamiento, por otro lado, es un concepto más bien operacional. Esto es elemental, pero tampoco se enfatiza lo suficiente en discusiones fuera del ámbito estrictamente científico.
Todo esto para decir que debemos ser cuidadosos al estudiar la relación entre biología y comportamiento. La conducta, como todos los fenómenos humanos, es un fenómeno biológico, pero en lo que toca a su explicación evolutiva debemos armarnos de un sano escepticismo, de una sana desconfianza para con quienes se apresuran a inventar historias convincentes sobre cómo cierto rasgo fue seleccionado. Un caso particularmente interesante, que descubre la complejidad verdadera del problema así como la facilidad con que se puede caer en la simplificación, es el lenguaje.
Es un lugar común decir que el lenguaje es propicio a la supervivencia por facilitar la comunicación y que, por ende, su selección darwiniana ha estado conducida por esa razón. Cum hoc ergo propter hoc. Sin embargo, la pregunta relevante al explicar evolutivamente un rasgo es cuál es su uso característico. Si preguntamos cuál es el uso característico del lenguaje, la cosa se pone interesante: la abrumadora mayoría de nuestro uso del lenguaje es interna, no verbal. Más aún, de la ínfima parte que sí es verbal, una porción importante no es transmisión de información. Por lo tanto, la explicación original, que a simple vista es satisfactoria, explica la totalidad del lenguaje en función de una parte extraordinariamente minúscula de su funcionamiento. De acuerdo con estas observaciones, tiene más sentido explicar el lenguaje como una interfaz del pensamiento y considerar su utilidad comunicativa como un subproducto conveniente.
Con el ejemplo anterior no quise establecer categóricamente que la evolución del lenguaje haya sido dirigida por el pensamiento. Más bien, quise ilustrar al mismo tiempo la facilidad con que se pueden inventar explicaciones que, desde una perspectiva darwiniana, aparentan ser satisfactorias, y la verdadera complejidad del problema cuando empiezan a hacerse las preguntas relevantes. Hence la sana desconfianza que recomiendo cuando pensamos, más aún cuando escuchamos de otros, una explicación biológica de un rasgo de la conducta.